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6.8: Relación entre el desarrollo de la motricidad y otras áreas del desarrollo

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    Desarrollo principal y otros dominios del desarrollo

    Aunque el desarrollo motor suele plantearse como un capítulo aparte separado de otros dominios del desarrollo (p. ej., el del lenguaje, el socioemocional o el cognitivo), la realidad es que las capacidades motoras de los niños se desarrollan de forma paralela a estos otros dominios y el crecimiento en un dominio muchas veces influye en los otros dominios. Las habilidades motoras son la base de las acciones e interacciones cotidianas de los bebés y niños pequeños y, en consecuencia, afectan al posterior desarrollo perceptivo, cognitivo y del lenguaje (Bushnell & Boudreau, 1993; Gibson, 1988). Piaget (1952) indicó que existe una relación entre el desarrollo motor y el cognitivo, y señaló que las propias acciones de los bebés y las experiencias sensomotoras resultantes son fundamentales para su aprendizaje del entorno y de los objetos que contiene. Desde las observaciones originales de Piaget, varios estudios han aportado pruebas de las relaciones entre las habilidades motoras y el desarrollo en dominios que no parecen estar relacionados. [1]

    Cada vez hay más pruebas que plantean que la adquisición de un control más avanzado sobre la postura del cuerpo ofrece a los bebés oportunidades de aprendizaje y exploración (Franchak, 2020; Gibson, 1988; Libertus & Hauf, 2017). Por ejemplo, las experiencias visuales de los bebés difieren según la posición del cuerpo: mientras están acostados boca abajo, en el campo de visión de los bebés predomina la superficie del suelo y los objetos cercanos al cuerpo, mientras que los bebés erguidos tienen una visión más amplia de su entorno que incluye objetos y rostros lejanos (Franchak et al., 2011, 2018; Luo & Franchak, 2020; Kretch et al., 2014). La exploración visual y manual de los objetos se da con más facilidad al estar sentados en comparación con estar tendidos en posición prona o supina (Luo & Franchak, 2020; Soska & Adolph, 2014). La locomoción bípeda (caminar) en comparación con la locomoción prona (gatear) permite a los bebés desplazarse más lejos, transportar objetos con mayor facilidad y provocar diferentes respuestas sociales por parte de los cuidadores (Adolph & Tamis-LeMonda, 2014; Gibson, 1988; Karasik et al., 2014). Por lo tanto, aprender a sentarse y a caminar está vinculado con mejoras posteriores en la adquisición del lenguaje y la cognición espacial (He et al., 2015; Moore et al., 2019; Oudgenoeg-Paz et al., 2012, 2015; Soska et al., 2010; Walle, 2016; Walle & Campos, 2014; West et al., 2019). Al parecer, estos efectos facilitadores se deben a que los bebés pasan más tiempo sentados, de pie y caminando. Por ejemplo, lograr la capacidad de sentarse de forma independiente casi duplicó la cantidad de tiempo que los niños de seis meses pasaron sentados (ya sea sentados de forma independiente o con apoyo) en la vida cotidiana en comparación con los niños de seis meses que aún no se sentaban (Franchak, 2019), y los bebés que pasan más tiempo sentados tienen más oportunidades de explorar objetos con las dos manos. [2]

    Teoría del desarrollo continuo

    La hipótesis del desarrollo continuo hace hincapié en las consecuencias que siguen al logro de nuevas habilidades motoras como fuerza impulsora durante el desarrollo. El desarrollo continuo se refiere a las consecuencias acumulativas de los avances en un dominio (p. ej., las habilidades motoras) en comportamientos o habilidades posteriores (Fry & Hale, 1996; Gottlieb, 1991; Masten & Cicchetti, 2010). La adquisición de una nueva habilidad genera cambios significativos y duraderos en la experiencia cotidiana del niño, ya que modifica el tipo de información al que puede acceder y la forma en que los demás responden al niño. Según la teoría del desarrollo continuo, la adquisición de una nueva habilidad motriz puede proporcionar a los bebés acceso a nuevas oportunidades de aprendizaje asociadas a esa habilidad motriz. Por ejemplo, al poder sentarse sin apoyo, las manos quedan libres para la exploración manual de los objetos y para el aprendizaje de las características del objeto, como el peso, la textura y la función (Lederman & Klatzky, 2009; Rochat & Goubet, 1995). Sentarse también libera las manos para la producción de gestos comunicativos, que se ha comprobado que favorecen el desarrollo del lenguaje (Iverson & Goldin-Meadow, 2005). Además, el hecho de sentarse cambia el punto de vista de los bebés, lo que posibilita nuevas experiencias perceptivas y fomenta los intercambios cara a cara con quienes los cuidan. Y, por último, los padres reaccionan a los cambios en las capacidades de los bebés y adaptan su forma de responder al niño (por ejemplo, Karasik et al., 2014). [1]

    Relación entre las habilidades motoras y el desarrollo del lenguaje

    Aunque el desarrollo motor y el del lenguaje pueden parecer dos áreas de desarrollo muy diferentes, se ha demostrado mediante investigaciones que dentro de los tres primeros años de vida, hay una fuerte relación entre estas dos áreas (Schneider & Iverson, 2021). Los bebés y los niños pequeños que alcanzan antes los hitos motrices muestran capacidades lingüísticas mayores. Por ejemplo, en un grupo numeroso de niños de 10 a 14 meses de edad, habrá algunos que caminarán, mientras que otros aún no podrán hacerlo. Los niños que empiezan a caminar antes tienen vocabularios receptivos y productivos más grandes que los que aún no pueden caminar (Carina, Leinweber & Ritterfeld, 2019; He, Walle & Campos, 2015; Walle & Campos, 2014). Se ha comprobado que el momento en el que el bebé comienza a sentarse y a caminar por su cuenta predice el tamaño del vocabulario productivo posterior entre los 16 y los 28 meses (Oudgenoeg-Paz, Volman & Leseman, 2012). En realidad, esta relación entre el desarrollo motor y el desarrollo del lenguaje comienza incluso antes. Los bebés, entre 3 y 5 meses, que pueden sentarse de forma independiente antes que los demás, muestran mayores habilidades lingüísticas cuando son niños pequeños (Libertus & Violi, 2016). En un estudio a gran escala, con 62,944 niños, se descubrió que las habilidades motoras a los 18 meses eran predictivas de las habilidades

    lingüísticas posteriores a los 36 meses (Wang, Lekhal, Aarø & Schjølberg, 2014). Además de las habilidades motoras gruesas, se descubrió que las habilidades motoras finas entre los 12 y los 18 meses de edad predicen el lenguaje expresivo a los 36 meses en los bebés con un alto riesgo genético de TEA (LeBarton & Iverson, 2013). [1]

    ¿Por qué existe una relación entre las habilidades motoras y las habilidades lingüísticas posteriores? Es poco probable que la adquisición de la habilidad de caminar por sí misma haga que los bebés desarrollen el lenguaje, al igual que es poco probable que el lenguaje en el primer año de vida provoque la aparición de la habilidad de caminar. Sino más bien, lo que sucede es que el campo visual del bebé aumenta cuando el bebé comienza a caminar (Kretch et al., 2014) y esto permite una mayor flexibilidad para ver el entorno (Frank et al., 2013). Estos cambios físicos pueden favorecer el seguimiento por parte de los bebés de las señales de atención de los adultos y, por lo tanto, facilitar el aprendizaje del lenguaje. La participación en conductas de atención compartida es esencial para el desarrollo del lenguaje (Tomasello, 1988, 1995). Estos episodios de participación conjunta se producen cuando una persona dirige la atención de otra hacia un referente compartido, como un objeto o un acontecimiento. Varios estudios han descubierto que el seguimiento por parte de los bebés de las señales de atención de las personas adultas está relacionado con el desarrollo del lenguaje (Brooks & Meltzoff, 2005; Morales et al., 1998; Mundy et al., 1995; Smith et al., 1988; Tomasello & Todd, 1983). Del mismo modo, la iniciación de la participación conjunta por parte del bebé, como señalar, se asocia con el desarrollo posterior del lenguaje (Brooks y Meltzoff, 2008; LeBarton et al., 2015). Tal vez no sea sorprendente que la atención compartida de los bebés, en especial cuando siguen la mirada de la persona adulta, también se desarrolle claramente después del primer cumpleaños del bebé (Morales et al., 2000; Morissette et al., 1995), cuando los bebés suelen empezar a caminar. [3]

    Además, el hecho de que el bebé camine también tiene un impacto significativo en la forma en que se relaciona con el cuidador. Se ha observado que es más probable que los bebés que caminan accedan a objetos situados a mayor distancia que los que gatean (Clearfield, 2011; Karasik et al., 2011). Además, participar en solicitudes móviles de la atención de los padres, como llevarles un objeto, provoca respuestas más interactivas y orales por parte de los padres, y tales solicitudes son más frecuentes por parte de los bebés que caminan que los que gatean (Karasik et al., 2014). También se ha descubierto que los bebés que caminan dirigen la atención de los padres hacia los objetos al utilizar vocalizaciones y gestos más que los bebés que gatean (Clearfield et al., 2008; Clearfield, 2011; Karasik et al., 2011). Según estos hallazgos, se observa que los bebés que caminan no solo pueden estar más atentos a seguir las señales de atención de las personas adultas, sino que también ayudan a generar contextos sociales en los que ellos mismos provocan la atención de los padres. La adquisición de la habilidad para caminar ofrece a los bebés nuevas formas de comunicarse (al liberar las manos para los gestos y poder llevar objetos) y compartir sus intereses, lo que da lugar a un lenguaje más enriquecido por parte de los cuidadores (West & Iverson, 2021). [3]

    Relación entre las habilidades motoras y los retrasos y discapacidades del desarrollo

    Debido que el desarrollo motor se puede rastrear desde la infancia y la niñez, las habilidades motoras se pueden utilizar como un potencial indicador temprano para los resultados posteriores en los niños con riesgo de tener un retraso o una discapacidad (Bhat et al., 2012; Flanagan et al., 2012; Lebarton & Iverson, 2013; Libertus et al., 2014). Según las investigaciones, los retrasos en el desarrollo motor están relacionados con diagnósticos, como el Trastorno del Espectro Autista (TEA) y los trastornos del desarrollo del lenguaje (Leonard & Hill, 2014; West, 2018). Los bebés que tienen un mayor riesgo familiar de presentar TEA (bebés que tienen un hermano mayor con un diagnóstico de TEA) y que reciben un diagnóstico de TEA más tarde en la infancia muestran habilidades de motricidad fina y de prensión inferiores (Choi, Leech, Tager-Flusberg & Nelson, 2018; Libertus et al., 2014) y un retraso en el desarrollo de las habilidades posturales (es decir, sentarse y ponerse de pie) (Nickel et al., 2013). Hay más niños con un trastorno del desarrollo del lenguaje a los que les lleva más tiempo lograr los hitos de la motricidad gruesa y, sobre todo, de la motricidad fina, que los niños sin trastorno del desarrollo del lenguaje (Diepeveen et al, 2018). Los retrasos en el desarrollo motor también se registran con frecuencia en niños con síndrome de Down (Vicari, 2006), con síndrome de Williams (Masataka, 2001) y en prematuros (Cameron et al., 2021; Caravale et al., 2005; van Haastert et al., 2006). [1] [4]

    Referencias y Fuente de Figuras

    [1] Libertus & Violi (2016). Sit to talk: relation between motor skills and language development in infancy. Frontiers in Psychology, 7, 475. CC by 4.0

    [2] Franchak et al., (2021). A contactless method for measuring full-day, naturalistic motor behavior using wearable inertial sensors.

    Frontiers in Psychology, 4632. CC by 4.0

    [3] Walle (2016). Infant social development across the transition from crawling to walking. Frontiers in Psychology, 7, 960. CC by 4.0

    [4] Libertus & Landa (2014). Scaffolded reaching experiences encourage grasping activity in infants at high risk for autism.

    Frontiers in Psychology, 5, 1071. CC by 4.0


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