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Social Sci LibreTexts

18.6: Modelos de funcionamiento interno del apego

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    Creación de un modelo de apego

    A medida que surgían más investigaciones que mostraban los efectos a largo plazo de la calidad del apego entre los niños pequeños y sus cuidadores, los investigadores se interesaron mucho en la razón, es decir, “¿por qué el apego temprano indica cómo serán los aspectos posteriores del desarrollo social, emocional y cognitivo?” Para responder a esta pregunta, comenzaron a explorar posibles mecanismos mediadores, buscando las vías a través de las cuales el apego ejerce sus efectos. En las investigaciones, descubrieron varios mecanismos, como las vías neurofisiológicas (por ejemplo, los niños con apego seguro tienen niveles más bajos de reactividad al estrés). Entre los más interesantes están los modelos de funcionamiento interno de los vínculos cercanos de los niños pequeños, y más tarde de los niños mayores, adolescentes y adultos (Crittenden, 1999; Dykas & Cassidy, 2011; Main, Kaplan, & Cassidy, 1985).[1]

    A medida que se desarrolla el apego, las interacciones diarias entre el bebé y el cuidador forman la base del modelo de funcionamiento interno del bebé, un conjunto de creencias y expectativas que construyen sobre la presencia y la confianza de sus figuras de apego (Sherman, Rice y Cassidy, 2015). Estos modelos de funcionamiento interno se construyen a partir de una edad muy temprana, alrededor de los cuatro meses, apenas los niños pueden representar mentalmente sus experiencias. Es como si a lo largo de los primeros años de vida los bebés estuvieran “tomando notas mentales” sobre el funcionamiento de estos vínculos esenciales. Los efectos de estas expectativas se pueden ver en la forma en que los bebés esperan después de enviar señales de socorro para ver si su cuidador está en camino o si necesitan intensificar sus señales. Las experiencias específicas y repetidas que los bebés tienen con sus cuidadores se van generalizando e internalizando con el transcurso del tiempo, lo cual le indica al bebé si puede contar con la figura de apego para obtener consuelo y una protección de confianza en momentos de angustia y si pueden servir como una base segura desde la cual podrá explorar el mundo. Esta representación interna le brinda información sobre los tipos de comportamiento que puede esperar de los demás, es decir, si una persona lo levantará cuando esté molesto o si puede acudir a ella para que lo consuele cuando esté triste.[1]

    A medida que los niños comienzan a interactuar y a establecer relaciones con otras personas, como otros miembros de la familia, los maestros de preescolar y sus compañeros, sus modelos de funcionamiento interno van formando sus expectativas sobre la forma en que las personas les responderán y, por lo tanto, conforman su conducta en las relaciones. Una experiencia negativa con un cuidador puede, por ejemplo, crear la expectativa de que no se puede confiar en las personas. Por ello, a los niños pequeños les cuesta más ser auténticos o acudir a los demás cuando están molestos y necesitan consuelo. Dado que estos modelos de funcionamiento interno influyen en el comportamiento de los niños, pueden moldear la calidad de sus vínculos posteriores hasta la adolescencia y la juventud (Allen y Miga, 2010). Por ejemplo, los adolescentes que tienen un modelo de funcionamiento interno inseguro-resistente pueden mostrar ambivalencia con respecto a los vínculos románticos primarios, ya que pueden desearlas intensamente y, al mismo tiempo, sentir resentimiento sobre cómo satisfacen sus necesidades (Mikulincer, Shaver, Bar-On y Ein-Dor, 2010).[1]

    Aunque estas representaciones internas suelen permanecer bastante estables para los niños con apego seguro, pueden seguir aumentando y cambiando a medida que los niños crecen y acumulan más experiencias sociales. Por ejemplo, las interacciones constantes, cálidas y afectuosas con otras figuras de apego, como las abuelas o los maestros de preescolar, tienen el poder de cambiar esas creencias, ya que ayudan a los niños a volver a elaborar un modelo de funcionamiento interno negativo y convertirlo en uno positivo. Los modelos de trabajo internos se pueden volver a elaborar a cualquier edad, ya que los niños encuentran familiares, vecinos, maestros u otras personas adultas que les brindan una atención positiva. Para los adolescentes, las amistades cercanas y afectuosas pueden servir como oportunidades para reconsiderar y ampliar su perspectiva de los vínculos. La buena noticia es que, como adultos, podemos ser conscientes de nuestros modelos de funcionamiento interno en los vínculos y analizar cómo podemos estar trasladando a relaciones futuras aspectos de relaciones anteriores que nos pueden causar problemas. Entonces, podemos volver a elaborar conscientemente nuestras expectativas sobre los demás, de manera que nos resulte más fácil establecer vínculos de confianza con nuestras amistades, parejas románticas y, finalmente, con nuestros hijos.[1]

    Referencias

    [1] Human Development de Human Development Teaching & Learning Group se comparte bajo la licencia de Creative Commons CC: BY- NC-SA


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