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19.7: Temperamento y desarrollo del lenguaje

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    La influencia del lenguaje en el temperamento

    El papel del temperamento en el desarrollo se ha estudiado principalmente en el ámbito socioemocional, donde se suele asociar con problemas externos e internos, conductas desafiantes (Ullsperger et al., 2016; Rubin et al., 2017) y competencia social (Baer et al., 2015; Penela et al., 2015). Sin embargo, el temperamento también desempeña un papel en la adquisición del lenguaje y explica en parte la variabilidad en la cantidad de lenguaje que tiene un niño y en la forma en que lo adquiere (p. ej., la edad en la que dice la primera palabra, el ritmo de desarrollo del vocabulario y el surgimiento de la sintaxis) durante los dos primeros años de vida (Bates et al., 1991; Lieven, 1997). La investigación en el ámbito del lenguaje se centró en las contribuciones de los cuidadores (por lo general, los padres), y una gran parte se centró en la calidad y en el aporte del lenguaje de la madre. Estos estudios encuentran resultados consistentes sobre el impacto de esos factores en el rendimiento del lenguaje infantil (consulte Soderstrom, 2007 para una revisión). Existen menos estudios sobre cómo contribuye el niño al desarrollo del lenguaje, tal como la influencia de los rasgos temperamentales en la adquisición del lenguaje. Una posible explicación de las diferencias en los estudios de investigación disponibles es la falta de consideración de un enfoque (Sameroff, 1975) que incluya tanto las contribuciones del niño al desarrollo del lenguaje (es decir, el temperamento) como el papel del cuidador (p. ej., la calidad del aporte de la madre).[1]

    El primer año de vida se caracteriza por la rápida aparición de la capacidad del bebé para descodificar los flujos de habla que se le dirigen y empezar a asociar los sonidos con un significado simbólico. Se cree que dos características basadas en el temperamento: el control de atención y la capacidad de autorregulación apoyan o inhiben el desarrollo del lenguaje (Canfield & Saudino, 2016). Sin embargo, la investigación no ha llegado a un acuerdo universal sobre este punto. Los bebés que demostraron mejores habilidades de atención también demostraron una mayor comprensión del lenguaje al final del primer año (Dixon & Smith, 2000; Morales et al., 2000) y un mayor vocabulario a los 21 meses (Dixon & Shore, 1997; Dixon & Smith, 2000; Salley et al., 2013). Estos resultados indicaron que una mayor atención sostenida al entorno podría facilitar las capacidades del niño para centrarse en eventos ricos en lenguaje y contribuir al desarrollo del vocabulario. Sin embargo, otras investigaciones arrojaron resultados contradictorios (Kubicek & Emde, 2012; Pérez-Pereira et al., 2016). Estas disparidades indican la necesidad de realizar más investigaciones. Por lo general, la literatura indica que las mayores expresiones de afecto positivo pueden fomentar intercambios sociales más significativos en la infancia (un período crítico del desarrollo del lenguaje) y ayudar a facilitar el desarrollo del lenguaje en el período de bebés y niños pequeños (vea Pérez-Pereira et al., 2016, Morales et al., 2000, Laake & Bridgett, 2014, Slomkowski et al., 1992 y Kubicek & Emde, 2012). Otra literatura indica que un temperamento difícil se asocia negativamente con el desarrollo del lenguaje. McNally & Quigley (2014) encontraron que los bebés calificados con un temperamento más difícil a los 9 meses tenían puntuaciones globales de lenguaje más bajas a los 3 años, con asociaciones similares demostradas para los bebés a los 21 meses (Dixon & Smith, 2000; Salley & Dixon, 2007). Una posible explicación sostiene que el temperamento difícil de un bebé puede interferir con su capacidad de controlar la atención necesaria para procesar la información relevante para el lenguaje y afectar a su desarrollo durante un período crítico de la adquisición del lenguaje.[1]

    A pesar de que las investigaciones indiquen una asociación entre la regulación de las emociones y el desarrollo del lenguaje, la literatura adicional ha demostrado resultados contradictorios. Algunos estudios no han encontrado una asociación entre el afecto negativo en la infancia (p. ej., la escala de angustia a las limitaciones y el temperamento difícil) y las competencias lingüísticas en los primeros años de vida (Dixon & Smith, 2000 ;Morales et al., 2000; Westerlund & Lagerberg, 2008; Canfield & Saudino, 2016). Además de la complejidad de la asociación entre la regulación de las emociones y el lenguaje, Moreno & Robinson (2005) encontraron que las mayores expresiones de alegría y las mayores expresiones de ira a los 8 meses estaban asociadas con un mejor lenguaje expresivo a los 30 meses. Este estudio indica que la expresión emocional (tanto positiva como negativa) puede facilitar el desarrollo del lenguaje al proporcionar oportunidades para que el bebé desarrolle el lenguaje por medio de intercambios con su cuidador (Molfese et al., 2010).[1]

    Estos resultados contradictorios indican que, si bien los aspectos atencionales y emocionales del temperamento pueden desempeñar un papel en el fomento de las interacciones que mejoran el desarrollo del lenguaje, se necesitan más investigaciones para esclarecer la asociación entre la atención, la regulación de las emociones y el desarrollo de las competencias lingüísticas.[1]


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